Coordinadora: Lic. María del Carmen San Martín
Psicólogos: Lics.
Judit Fraidenray y Mariano Segura
Trabajadores
Sociales: Lics. Graciela Micheletti y Gonzalo Valdés
Patricias Mendocinas
529 – 5º piso – 4495512
Médico: Dr. Roberto Nafissi San Martín 322 - 5º Piso-4411534
La adopción de niños mayores
Lic. Gonzalo Valdés – Trabajador Social del EIA
Técnicamente, la adopción de niños
de más de dos años se designa “adopciones tardías”. Pero esta denominación no debe confundirnos,
no es “tardía” porque ya es tarde para adoptar a los chicos, sino que es una
forma de nombrarla para diferenciar a la integración adoptiva más anhelada, la
“adopción temprana” o de niños recién nacidos.
Sin embargo, parece predominar la
idea de que en la adopción tardía los niños ya están predeterminados,
condicionados y definitivamente estructurados, de manera tal que nada de lo por
venir va a poder modificarlos. En esta concepción, que podríamos considerarla
“pre-juiciosa”, se escuchan comentarios tales como: “y...... ya es muy grande,
ha pasado por muchas cosas y yo quisiera que fuera más chiquito para que se
moldee a nosotros...”; “ya trae sus cosas y puede venir con costumbres y
valores diferentes a los nuestros...”, “quien sabe las cosas que ha vivido y
los traumas que pueda tener”: etc., etc.
Debemos distinguir algunas cosas. El
momento evolutivo en estas edades, es muy diferente; no es lo mismo un niño de
2 años, que uno de 3 ó 4 años, ni es igual a un niño de 5, como tampoco es lo
mismo que un niño de 6 ó 7 años. Cada día en la vida es estos chicos es
trascendental para su desarrollo socio-afectivo, y cada etapa requiere
necesidades y comprensiones diferentes.
A pesar de que a estas cortas
edades, los chicos hayan vivido situaciones dolorosas, de desamparo emocional,
desatención física y afectiva, no significa que no tengan posibilidades de
revertir, de construir y de sanar. Al contrario, de acuerdo a “las
características de personalidad del niño, a la etapa de desarrollo emocional en
la que se encontraba cuando ocurrió la pérdida, a sus capacidades defensivas y de la existencia de un medio suficientemente
bueno” (Cúneo, Lidia) podrá ir recomponiendo aquellos desajustes iniciales.
Podemos ver, entonces, que en las
adopciones tardías hay situaciones que forman parte de las vivencias de los
niños, y otras situaciones que dependerán de “un medio suficientemente bueno”
(familia adoptiva) que los contenga.
¿De quién depende que la “adopción
tardía” sea saludable, estable y permanente?; ¿de los niños?, ¿de las historias
que hayan vivido?..... No podemos hacerle recaer sobre los niños la carga de
las situaciones vividas. Ellos no son los causantes de la falta de capacidad de
su familia biológica para criarlos, de los maltratos, del desamparo y la
desprotección. Es lo que han vivido hasta ese momento.
¿En dónde se encuentra la mayor
responsabilidad para que este tipo de vinculaciones sea saludable? EN LOS
ADULTOS que deberán cimentar un nuevo entorno “suficientemente bueno”.
Frente a la imposibilidad de que
crezcan con su familia biológica, como hemos dicho en el Boletín n° 7, “la
primera responsabilidad por el futuro de los niños que se entregan en adopción,
la tiene el sistema judicial”, promoviendo un trabajo integral,
interdisciplinario (social, psicológico, legal, médico, educacional),
respetando las necesidades particulares de cada historia de vida de los niños,
y trabajando con los preadoptantes, a fin de determinar si cuentan con recursos
internos y externos necesarios para sostener una adopción de este tipo.
Vamos a mencionar algunas de las características de
los adultos que pueden ser factores de protección para adoptar a niños mayores
de dos años.
Podemos pensar que se puede realizar una “adopción
tardía” saludable y exitosa, si los adoptantes:
- Tienen estabilidad emocional para desplegar
funciones de sostén e implementación de normas claras y coherentes. - Tienen capacidad de empatía, es decir de
poder identificarse con este niño, para poder entender y aceptar los procesos
que se manifestarán a lo largo de los primeros meses de convivencia.
- Tienen tolerancia a la frustración, es decir,
aceptar que hay cosas que no son como ellos esperaban, que a veces a pesar de
su esfuerzo no se ven los cambios tan rápido, y se requiere mucha paciencia.
- Tienen la habilidad de encontrar gratificación en
pequeños avances y mejorías. No se centran únicamente en metas finales, sino
que se esfuerzan en ayudar a que el niño tenga éxito en las pequeñas tareas
diarias.
- Tienen flexibilidad en el rol parental, lo que les
permite apoyarse el uno al otro frente a sensaciones de agotamiento o
desconcierto.
- Pueden tener una visión de la familia como un
sistema interrelacionado, donde no se focalicen los desajustes en los niños
(“el/ella tiene problemas”), sino que la base para superar una
situación/problema es “nosotros necesitamos superar esta dificultad”.
- Pueden apropiarse del rol de padres lo más rápido
posible, con una actitud activa que le entregue al niño un mensaje esencial:
“yo soy tu padre/madre, y así es como te voy a proteger y cuidar”.
- Pueden generar un sistema familia abierto, con
receptividad para solicitar y aceptar ayuda. La voluntad de los padres para
revelar debilidades y descorazonamiento, es la clave para encontrar ayuda y
plantearse nuevas soluciones.
“Esto no significa que los problemas desaparezcan,
sino que los niños
se incorporarán a una
familia en donde sus padres pueden sentir fuertes lazos con ellos, y pueden
proveer las funciones de nutrición parental, estimulación, modelamiento,
estructuración y maduración adecuados” (Rosas Mundana, Gallardo y Angulo
Diaz).-