“La infancia que duele”
Nombre del trabajo: “LA INFANCIA QUE DUELE”
Autoras: Lic. Lila Gómez (Psicóloga)
Lic. Cecilia Rodríguez (Psicóloga)
Lic. Silvia Rodríguez (Trabajadora Social)
Institución: Centro Infanto Juvenil Hospital Carlos Pereyra .
RESUMEN
La “infancia que duele” es una compleja historia donde intervienen varias instituciones, con distintos puntos de vista del problema, pero que al funcionar en forma atomizada, dejan a los niños en el lugar del dolor, del abuso, de la violación física, de todos sus derechos y dificultando el proceso de construcción de su identidad.
El objetivo del trabajo es reflexionar sobre las consecuencias de las intervenciones que los diferentes equipos tratantes producen en el desarrollo psíquico de los niños/as que no viven en su hogar de origen (equipos tratantes judiciales, hospitalarios, pertenecientes a asociaciones civiles, instituciones encargadas de la niñez, etc.)
Para esto partimos de un caso clínico, luego realizamos una reflexión teórica y concluimos con sugerencias que aportan al desempeño de nuestras prácticas profesionales en abordajes como estos.
Lic. Cecilia Rodríguez**
Lic. Silvia Rodríguez***
Centro Infanto Juvenil Hospital Carlos Pereyra
Mendoza, Septiembre de 2006
* Lic. en Psicología. Egresada de la Residencia Interdisciplinaria de Salud Mental Infanto-Juvenil. Integrante del Equipo Interdisciplinario de Adopción del 5°Juzgados de Menores y 7° Juzgado de Familia, desde 1997 a 2000.
** Lic.en Psicología Especialista en Psicología Infanto Juvenil. Especialista en Docencia Universitaria. Ex becaria de investigación de CONICET
*** Lic.en Trabajo Social. Egresada de la Residencia Interdisciplinaria de Salud Mental Infanto-Juvenil.
La infancia que duele
Lic Lila Gómez
Lic. Cecilia Rodríguez
Li.c. Silvia Rodríguez
El objetivo del presente trabajo es reflexionar sobre las consecuencias de las intervenciones que los diferentes equipos tratantes producen en el desarrollo psíquico de los niños/as que no viven en su hogar de origen. Nos referimos a equipos tratantes judiciales, hospitalarios, pertenecientes a asociaciones civiles, instituciones encargadas de la niñez, entre otros.
Para esto partiremos de un caso clínico que consiste en dos niños hermanos que están en condiciones de adoptabilidad pero que al no conseguirse familia adoptante han pasado por distintas situaciones tales como: estadía en Casa Cuna, intentos fallidos de vinculación con pretensos adoptantes y luego la convivencia con tres familias temporarias. Luego realizaremos una reflexión teórica y concluiremos con sugerencias que aporten al desempeño de nuestras prácticas profesionales en abordajes como estos.
José y Pedro son derivados judicialmente al Centro Infanto Juvenil del Hospital Carlos Pereyra para evaluación. Al momento de la consulta José tenía 9 años y Pedro 7 años.
El primer abordaje realizado por el Infanto fue un diagnóstico familiar que sugirió tratamiento psicológico para cada uno de los niños, evaluación psicodiagnóstica de los padres de la familia temporaria en el CAI (Cuerpo Auxiliar Interdisciplinario de los Juzgados de Familia) y tratamiento psicológico familiar.
Los niños ingresan a Casa Cuna en diciembre de 2000, en ese momento José tenía 4 años y Pedro 2 años.
Respecto al grupo familiar originario se conoce por informes que la madre había estado internada en hogares de la Dirección de Familia como así también varios hermanos de los niños, que habían presentado desórdenes conductuales y deficiencia intelectual. El padre estaba en la cárcel.
En el año 2003, el Juzgado interviniente solicitó al Hospital Carlos Pereyra un psicodiagnóstico de los niños para realizar un diagnóstico diferencial, ya que habían sido evaluados como oligofrénicos hereditarios; presentaban grandes problemas de conducta y recibían medicación por problemas neurológicos. Como los niños estaban en condiciones de adoptabilidad, era necesario esclarecer aspectos diagnósticos y pronósticos.
Aunque no se conocían antecedentes precisos de la temprana infancia, desde el ingreso a Casa Cuna, el desarrollo evolutivo había sido el esperado para sus edades y las evaluaciones de los coeficientes intelectuales mostraron valores considerados normales, aunque José era enviado a escuela especial.
Durante el psicodiagnóstico, los niños expresaron el deseo de ser adoptados. Esperaban la visita de los pretensos adoptantes, esmerándose en su aseo y arreglo personal. Pero estas vinculaciones se produjeron sin éxito por las contradicciones de los diagnósticos y por el mal manejo de la información dada por el Juzgado a los pretensos adoptantes. Pedro y José interpretaban que las vinculaciones fallidas se debían a que ellos “se portaban mal”.
Los niños ingresaron a una familia temporaria en el año 2003 donde sucedieron episodios de violencia familiar como consecuencia del alcoholismo del padre de dicha familia. Allí tuvieron que presenciar situaciones de maltrato físico y verbal y fueron amenazados de muerte. Luego de un año de vivir con esta familia y ante las sospechas de maltrato, los niños fueron trasladados a otra familia. Al poco tiempo de convivir con la segunda familia temporaria, mencionaron que el hijo de la primera familia, un menor de 16 años, “les hacía cosas feas que les daba vergüenza contar”. Relataron que bajo amenaza, fueron violados, abusados sexualmente y obligados a realizar “juegos sexuales” con los perros de la casa.
Marcela, como llamaremos a la madre de la segunda familia temporaria, comentaba que cuando los niños llegaron a su casa estaban muy asustados, tenían pesadillas, dormían vestidos, no se querían desvestir para bañarse y temían permanecer solos con un hombre (el esposo de Marcela, el médico, etc.), situación que se fue revirtiendo a medida que los niños se fueron vinculando con los integrantes de la segunda familia.
El Equipo terapéutico tratante
En el Centro Infanto Juvenil del Hospital Pereyra, se conformó un equipo terapéutico integrado por: dos psicólogas encargadas del tratamiento terapéutico de cada uno de los niños y una trabajadora social dedicada a la orientación de la familia temporaria.
En el proceso de abordaje se realizó una audiencia judicial con las diferentes instituciones intervinientes en el caso y se evaluó la situación respecto a la permanencia de los niños en la segunda familia temporaria. El debate generó varias preguntas:
¿Querría adoptarlos esta familia temporaria? La madre había verbalizado su deseo de adoptarlos pero el padre dudaba; los niños ya los llamaban mamá y papá y expresaban el deseo de permanecer en el hogar pero... ¿sería mejor buscar una nueva familia con mejor funcionamiento?...
Se decidió buscar otra familia para que los adoptara, pero la realidad decía que no había al momento de la audiencia judicial ni familia para adoptarlos ni familia para cuidarlos, debido a las edades y los antecedentes de los niños.
Las respuestas a los cuestionamientos que nos hacíamos se quedaban en el orden de lo ideal “una familia que los adopte, los acepte con su historia y cumpla con los tratamientos necesarios para los niños”... ideal que patentizaba una ausencia en la realidad e incógnitas respecto al futuro ¿existiría, cuándo aparecería y mientras tanto qué se hacía?...
Mientras tanto el equipo terapéutico del Centro Infanto-Juvenil sugirió la continuidad de las terapias individuales para los niños y asesoramiento familiar para los padres de la familia temporaria a fin de sostener la vinculación existente.
Se solicitó consulta pediátrica para evaluar riesgos físicos (fisura de ano, enfermedades de transmisión sexual, parásitos, etc.) y se pidió a la jueza que se tomaran medidas penales por los abusos sufridos por los niños.
El trabajo del Equipo Terapéutico con los cuidadores
En los tratamientos se trabajó sobre la vinculación de los niños con esta segunda familia temporaria, las situaciones de abuso sexual y violación anteriores, los síntomas de encopresis secundaria, el rendimiento escolar y las crisis de descontrol impulsivo de los niños que iban oscilando de uno a otro hermano, debido al comportamiento de tipo gemelar.
Estas crisis consistían en conductas como ponerle caca al hermano debajo de la almohada o en la mochila de la escuela, manchar las paredes, portarse muy mal en la escuela, pegarle al hermano en forma violenta, escaparse de la casa, etc.. Dice Winnicott “es probable que el niño responda sin demora y que quienes se ocupan de él lleguen a pensar que ya no habrá más problemas. Pero cuando el niño adquiere mayor confianza, evidencia una creciente capacidad para experimentar rabia con respecto a la falla ambiental previa”[1]. Interpretamos estas conductas como síntomas que expresaban los sufrimientos de los niños ante las situaciones traumáticas vividas y las pérdidas sufridas. En pos de esto se trabajo con los cuidadores para que comprendieran estas reacciones de los niños que les provocaban tanto rechazo y se informaran sobre las características evolutivas propias de las edades de José y Pedro.
Pasado un tiempo, los cuidadores manifestaron el deseo de adoptarlos, por lo que se sugirió a la jueza una audiencia con ellos. Simultáneamente a esto, se produjeron una serie de acontecimientos tales como: la fuga del hogar de uno de los niños y una denuncia anónima de maltrato, que provocaron crisis en los equipos responsables y culminaron en la decisión de la Jueza de sacar a los niños de ese hogar en forma urgente.
Los niños fueron trasladados a una tercera familia, ahora llamada “familia cuidadora”, lo que significó cambio de programa dentro de la institución y nuevos profesionales a cargo del caso. Datos que fueron comunicados al equipo terapéutico por los niños. Se sugirió a la institución responsable trabajar como proceso paulatino la desvinculación de la segunda familia temporaria y la nueva vinculación con la familia cuidadora, considerando que a los factores psicológicos en juego se le agregaban cambios en su medio social, pasaban de un ámbito urbano marginal a uno rural. Pero los hechos se sucedieron abrupta y urgentemente, dejando como saldo la interrupción de los tratamientos terapéuticos y las escuelas, entre otras cosas.
Se sabía que esta tercer familia cuidadora sería una nueva vinculación transitoria, ya que se buscaba que los niños fueran adoptados.
Acordábamos que los niños necesitaban una familia definitiva y que tantas vinculaciones y desvinculaciones eran nocivas, pero la brecha entre la teoría y la realidad del terreno se presentaba cada vez mayor. Como consecuencia de esto los niños quedaban expuestos a atropellos, improvisaciones, violación de sus derechos y maltratos institucionales, sostenidos en un circuito que si bien nadie quería repetir, no se podía salir.
El trabajo del Equipo terapéutico con los niños
Durante los tratamientos psicoterapéuticos, los niños pudieron verbalizar sus experiencias vividas en la primera y segunda familia cuidadoras. Usaron el espacio que se les brindó para expresar las distintas emociones con plasticidad y fluidez. La vinculación con las terapeutas facilitó la contención de sus “temores” y “culpas”, el trabajo psíquico de la discriminación entre lo bueno y lo malo, y el pasaje del lugar de victimarios a víctimas del maltrato. Esto abrió la posibilidad de resignificar sus síntomas y enriquecer su autopercepción ya que al poder considerar sus aspectos positivos, podían ser queridos por alguien y tener esperanzas respecto a la inserción en una familia.
El plan terapéutico además de responder a la demanda de cada niño, acompañaba los hechos que se sucedían y las decisiones que se tomaban.
Pero como equipo terapéutico nos preguntábamos, si no terminábamos, sin querer, propiciando las conductas de sobreadaptación que de alguna forma se esperaba tuvieran José y Pedro como respuesta a tantos cambios.
Frente a la incertidumbre de las decisiones que el Juzgado tomarían con los niños, se pensaron las experiencias terapéuticas como modelos vinculares que aportaban nuevas significaciones y nuevos modelos identificatorios, tendientes a operar en sus psiquismos como nuevas huellas de representaciones.
Al principio los niños no recordaban su historia, a lo largo del tratamiento comenzaron a pensar en su identidad, a preguntarse por su historia y por su porvenir.
Dado el desconocimiento de José y Pedro acerca de su historia, se propuso la implementación de un cuaderno que manejara cada niño, donde se consignaban las consultas que se realizaban. Este objeto facilitaría la posibilidad de historización. Se trabajó sobre las fantasías de desvinculación de la segunda familia cuidadora, pero por el abandono del tratamiento, no se pudo trabajar la inserción en la tercera familia.
Algunas reflexiones
El título que hemos elegido para el trabajo,“La infancia que duele” hace referencia al lugar en el que consideramos quedan ubicados estos niños en esta historia. Un lugar “inventado”, “forzado” y construido desde las posibilidades de las Instituciones, ya que para estos niños no está dado un lugar en el mundo de forma natural.
Lo llamamos lugar “inventado” porque no observamos el deseo de padres para ahijarlos o hacerse cargo de ellos en tanto niños que necesitan ser criados, entonces se “inventan” o “fuerzan” espacios que no se sostienen ni sostiene a los niños.
Es una compleja historia donde intervienen varias instituciones, con distintos puntos de vista del problema, pero que al funcionar en forma atomizada, dejan a los niños en el lugar del dolor, del padecimiento, de la tristeza, del abuso, de la violación, ya que las medidas de protecciones los dejaron aun más desprotegidos y expuestos a eso que se intentaba reparar: el abandono, el maltrato, el abuso.
Un lugar donde lo único estable, además de la relación de hermanos, es la vincularidad transitoria que dificulta la creación de un espacio de pertenencia y continuidad que facilite la construcción de la identidad.
Cabría preguntarnos también por el lugar de los diferentes equipos tratantes, ya que muchas veces se dramatizaron entre los mismos “luchas y enfrentamientos” similares a las que estaban expuestos los niños. Lugares en donde se jugaban las identificaciones y contraidentificaciones con los lugares de maltratados y maltratadores.
¿Cuál es el mensaje de la Sociedad que reciben estos niños con todas estas vinculaciones y desvinculaciones?.
Les mostramos que no hay un lugar en el mundo para ellos dado de forma natural, con el agravante de responsabilizarlos por esto (“no nos quieren porque no nos portamos bien” es el mensaje que ellos decodifican). “Portarse bien” significa adaptarse a normas que existe en la Sociedad sobre cómo “deben” comportarse “los niños”. Pero esta norma está ajustada a los niños que tienen lugar en el mundo, a los que se les dio algo, no a los que se los expuso a privaciones sistemáticas. Por ello se interpreta como desviado su comportamiento y si ellos no se adaptan como “niños plastilina”, a las distintas situaciones que se les proponen, se les facilita como Sociedad un lugar de marginación.
¿Qué consecuencias producen a nivel psíquico en los niños los cambios de vinculaciones?
En un proceso de vinculación que posibilita un desarrollo emocional normal, la madre o el vínculo interiorizado permanece cerca del bebé hasta que éste llega a conocerlo plenamente, como una parte de esta madre que está siempre presente, permitiéndole experimentar al niño su sentido de preocupación. Pero si en su transcurso el niño pierde este vínculo, el proceso se revierte y el sentido de preocupación se pierde, en lugar de continuar robusteciéndose hasta llegar a integrarse plenamente dentro del sujeto. Esta pérdida del sentido de preocupación, produce una dificultad posterior de elaboración del duelo, de responsabilizarse de los propios actos, sentimientos e ideas, ya que se verá obligado a localizar los objetos que desaprueba fuera de sí, en el medio externo, sin sentir responsabilidad ni culpa frente a sus propios impulsos y sentimientos destructivos.[2]
Para entender la psicología de la reacción ante la pérdida, es necesario remitirnos a los procesos de duelo.
El proceso de elaboración de duelo comienza con la internalización dentro del yo del objeto perdido, con la posibilidad de odiarlo o amarlo dentro de uno. Con el tiempo, la persona comienza a liberarse del odio proyectado en el objeto internalizado y puede recobrar la capacidad de ser feliz pese a la pérdida. Un niño pequeño no es capaz de llevar a cabo un proceso tan complejo, sin ser acompañado por un adulto.
El proceso de elaboración del duelo producirá comportamientos disruptivos en el mundo externo, que si son contenidos emocionalmente y bien decodificados por los adultos a cargo (en lugar de ser culpógenos), podrán promover la salud mental del niño/a.
Muchas veces los equipos tratantes y las familias a cargo de los niños/as, desconocen la importancia de la tramitación de estos procesos psíquicos y los consideran como “un agravamiento de los niños” o una falencia de los funcionamientos familiares. Interpretamos que esta intolerancia por parte de los equipos intervinientes es consecuencia de la urgencia con la que operan, pero terminan dificultando procesos de integración y contribuyendo a la gestación de patología mental.
Dice Winnicott “ si deprivamos a un niño de los objetos transicionales y perturbamos los fenómenos transicionales establecidos, le queda sólo una salida, una división de su personalidad, en la que una mitad se relaciona con un mundo subjetivo y la otra reacciona sobre la base del sometimiento frente al mundo.... el niño es incapaz de funcionar como un ser humano total”[3]...
“El mundo subjetivo tiene para el niño la desventaja de que, si bien puede ser ideal, también puede ser muy cruel y persecutorio. Al principio, el niño traducirá en estos términos todo lo que encuentre, y entonces el hogar adoptivo será maravilloso y el hogar verdadero horrible, o viceversa. Al final, sin embargo, si todo sale bien, el niño podrá fantasear acerca de hogares buenos y malos y soñar y hablar acerca de ellos, y hacer dibujos que los representen y, al mismo tiempo, percibir el hogar que le proporcionan su padres adoptivos tal como es en realidad”.[4]
Pensemos que en el caso de estos niños, las pérdidas además de haber sido múltiples, continuas y reiteradas, ocurrieron una tras otra sin la posibilidad de que se hayan podido elaborar las pérdidas anteriores.
Si el proceso psicológico de elaboración de una pérdida es tan complejo, qué puede ocurrir en el psiquismo de un niño cuando la pérdida es su estado permanente?. No se produce un estado de acostumbramiento como mágicamente se cree, sino más bien una dificultad para vincularse saludablemente, que puede manifestarse a través de reacciones como fallas en la comunicación, en la capacidad de aprender, de amar y en la sintomatología de la tendencia antisocial.
Todo esto fundamenta la necesidad de que las instituciones implicadas en el abordaje de estos casos de deprivación afectiva, seamos conscientes de que nuestras intervenciones pueden contribuir al desarrollo de cuadros psicopatológicos en los niños/as expuestos a estas Infancias que duelen.
¿Cuál es la función de las instituciones sociales frente a estas situaciones?
Para pensar esta pregunta tomamos a Eduardo Bustelo quien definió a la infancia y la adolescencia como categoría social al valor y ubicación relativa que se da a ese período del desarrollo humano en la cultura. En este sentido, los derechos de la infancia y la adolescencia se corresponden con una responsabilidad indeclinable de los adultos y a esto llama “eleidad”: hacernos cargo definitivamente de “ellos”. La “eleidad” de los niños / as y adolescentes demanda una responsabilidad sin amenazar con un castigo y más allá de prometer una recompensa. Es esa fragilidad que revela nuestra capacidad de actuar moralmente como pura responsabilidad sin esperar nada de ellos ...”[5]
Con esta reflexión queremos hacernos eco de las situaciones que José y Pedro vivenciaron, producto de una serie de hechos que con la intencionalidad de su protección en vez de colaborar en ese sentido se repitieron acciones que los colocaron como objetos y no como sujetos de derechos, quedando en el lugar de la indefensión.
Desde una mirada particular de la salud mental infanto-juvenil y desde la perspectiva de la Ciudadanía emancipada, descripta por Bustelo “... las personas no son "pacientes" -como objetos de tratamiento o intervención pública- sino actores en su doble dimensión individual y societaria: la emancipación es individual ya que los individuos son autónomos. Pero la emancipación no se cuenta de uno a uno, no es una sola, no es única. Implica una comunidad de argumentos y una responsabilidad por el conjunto: por eso se trata de una emancipación democrática..”[6]
Esto nos lleva a reflexionar sobre la emancipación democrática como profesionales y como instituciones intervinientes que no supimos, no pudimos hacernos cargo del desarrollo del proceso. Los actores relevantes –familia cuidadora, instituciones de la sociedad civil, equipos de salud- en muchas ocasiones malobramos procesos, perdimos la perspectiva y actuamos sin poder pensar en conjunto el sentido de acción sobre los chicos y sus procesos emancipatorios.
La perspectiva de análisis del contexto en que estos niños llegaron a la institución de Salud Mental evidenciaban que en sus cortos años de vida tuvieron que enfrentar distintos estilos de vida familiares, valores diferentes, atropellos a sus derechos cuya responsabilidad mayor del Estado era velar por una seguridad –violada en lo más profundo del sentido de la palabra. Quizás no sea el momento aquí de brindar detalles de una serie de equivocaciones que van desde la no evaluación, ni capacitación de los adultos que se hacen cargo de los niños hasta la tolerancia de no cumplir con los tratamientos sugeridos, generandose por esto muchas confusiones.
Es en este contexto en que rescatamos la posibilidad de resiliencia de dos seres que luchan por su autonomía y desafían a los equipos intervinientes tanto de salud como de tutela en responder con “eleidad” en términos de Bustelo. Significaría también hacernos cargo de nuestros errores y pasar a la acción luego de una evaluación lo más completa posible para que los derechos sean respetados e inculcados como parte de la formación de estas dos personas protagonistas que esperan respeto y derecho a la Protección Integral auténtica.
Como aporte final a todo este camino recorrido sugerimos para el abordaje de situaciones como éstas:
Ø Evaluación de las familias cuidadoras.
Ø Seguimiento y asesoramiento sobre situaciones particulares de cada vinculación de los niños con la familia cuidadora.
Ø Reuniones periódicas de los equipos tratantes intervinientes a fin de acordar criterios, unificar discursos y acciones.
Ø Capacitación de las familias cuidadoras sobre aspectos del desarrollo integral del niño.
Ø Promover vínculos permanentes con los profesionales de los equipos intervinientes a fin de contrarrestar las vinculaciones transitorias con las familias.
Ø Implementar uso de un elemento vinculante para el niño como por ejemplo un cuaderno, álbum de fotos, etc. donde se registren datos de su historia de vida con el objetivo de facilitar la historización. Este objeto funcionaría como “objeto transicional”, permitiendo relacionar la realidad subjetiva con la realidad compartida que es posible percibir objetivamente.
Ø Propiciar que las desvinculaciones y nuevas vinculaciones sean transitadas como procesos y acompañadas por equipos terapéuticos que brinden espacios para su elaboración.
La responsabilidad hacia los niños / as puede ser pensada como la ética de una caricia: “la mano que acaricia siempre se mantiene abierta, nunca se cierra para asir, jamás demanda posesión. Y este es el sentido profundo de lo que llamamos “derechos”. Bauman
…Derecho a conocer su identidad, a tener una familia, derecho a la salud mental.
[1] Winnicott, D. “Deprivacion y delicuencia”, Ed Paidós, Argentina, 1990, pág. 211.
[2] Winnicott. Psicología de la Separación, 1958
[3] Winnicott. “Deprivación y delincuencia” Opus Citate pág. 218.
[4] Ibidem, pag 219.lklkjjj
[5] BUSTELO, E “Infancia en indefensión”
[6] BUSTELO E “Expansión de Ciudadanía y Construcción Democrática.