La historia y las historias. Relatos huérfanos
Por Luis Abrego. Licenciado en Comunicación Social (Universidad Nacional de Cuyo)
Se me ha pedido una visión desde la Comunicación Social en relación con el tratamiento de la adopción por parte de los medios, pero antes de analizar el tema que nos convoca, es necesario dejar en claro una premisa que sirve para explicar algunos comportamientos y productos que habitualmente vemos tanto en la televisión, como oímos en la radio o leemos en los diarios y revistas. Esta premisa nos dice que los discursos de los medios de comunicación están condicionados por la naturaleza de la industria cultural sobre la que se sustentan y que hace posible su divulgación.
Es decir, si no existieran empresas mediáticas, que conforman un entramado industrial cuyo producido final es un conjunto simbólico, no podrían existir los distintos formatos sobre los que se vehiculizan los discursos. Por ello, y en virtud de un posicionamiento comercial en esta puja de percepciones con las que los medios compiten, a veces (o generalmente) se termina privilegiando el impacto a la razón, la deformación a la exaltación de un sentimiento.
Grandes temas, grandes respuestas. En esa dinámica y en esa lógica, tales discursos sólo tienen sustento en tanto y en cuanto aseguren mayor penetración. Esto es, que aseguren audiencias masivas. En esa búsqueda, apelan a retomar una añeja tradición que pretende emparentar los discursos mediáticos con los grandes relatos en un intento recurrente de dar respuesta a los que se consideran los temas inevitables de la humanidad: la vida, la muerte, el amor, la trascendencia, el destino.
No hay libro o película que sea considerada una obra trascendente, en cualquier época, que no haya abordado algunos de estos tópicos; o todos a la vez, en una deliberada o inconsciente construcción de empatía con el público. En definitiva cuando alguno de estos relatos nos atrapa o nos conmueve, lo hace desde la atracción y el desafío que implica alimentar una de las tantas preguntas que casi de manera existencial todos llevamos dentro y a las que probablemente nunca le demos respuesta.
Bajo ese sustento casi filosófico, en la búsqueda de certezas a nuestras dudas y miedos a través de relatos, se va construyendo un imaginario colectivo que termina transformándose en género. A todos nos intriga nuestro origen y las circunstancias que lo rodearon. A todos nos desvela nuestro destino y las condiciones en las que lo enfrentaremos. Todos somos lo suficientemente frágiles como para no necesitar amor, y esa misma conciencia, nos genera el miedo a perderlo. A todos nos inquieta el azar de la vida.
Por ello, las telenovelas tal vez sean la máxima expresión de esa tensión, que exacerbada y generalmente caricaturizada, produce estereotipos de bondad o de maldad, a la vez que hurga en la bolsa de causas y efectos que todos indefectiblemente llevamos y con la que trabajan nuestros psicólogos. Pero en el fondo, todos sabemos que en todo caso esto es territorio de la ficción, de un lugar que no es real y sobre el que tenemos algún tipo de control. Aunque sea remoto. Por eso, les propongo dejarlo un rato de lado para retomarlo más adelante.
No ficción pero sí ficción. ¿Qué pasa cuando estas leyes del negocio desbordan las fronteras de un género pensado como pasatiempo y se introducen en la manera de contar la realidad? No es novedad tampoco la creciente ficcionalización de los noticieros y espacios periodísticos. Una tendencia que responde a la imperante necesidad de ganar y sostener audiencias que aseguren –a su vez- amplias plateas para la difusión publicitaria cuyos ingresos son los que sostienen la industria. Ya no tiene sentido contar fríamente por ejemplo una sequía, la zona que afectó y el impacto económico que se produce como macro consecuencia, sino la historia de vida de una determinada familia que a causa de esa sequía enfrenta padecimientos indeseados, complicaciones en su salud, en su trabajo, en sus posibilidades de educación de sus hijos, etcétera. El drama como factor asociado también al discurso periodístico en su descripción de la realidad.
Tal giro narrativo, absolutamente deliberado, en todo caso no hace más que ser congruente con aquella búsqueda de identificación de la que hablábamos al comienzo, conmoviendo e involucrando sentimientos no en una noticia, pero sí en una historia. O al menos, en la manera en que esa historia se cuenta.
En el tema que nos ocupa, es decir el de la adopción, el ciudadano medio, el espectador medio está a merced de ambos abordajes que convergen en un discurso sistemático, asociado casi a un lugar común de imperativo culposo: tanto el de la ficción como el de la no ficción. Como dijimos, el de la ficción lo dejaremos para más adelante.
El de la no ficción, a su vez, está atravesado por la trágica historia nacional, asociado especialmente a las consecuencias de la última dictadura militar, que en su afán de negar entidad a quienes se les opusieron, no sólo los hicieron desaparecer, sino – y en muchos casos- se hizo “desaparecer” a sus hijos para que luego “aparecieran” en otro contexto. Muchos de ellos nacidos en cautiverio; otros, arrancados de sus casas junto a sus padres y en ambas situaciones, entregados a otras familias con identidades sustitutas.
Esta sola interferencia, condenada y trágica en sí misma, viene siendo uno de los tópicos principales de los noticieros de nuestro país desde hace más de 30 años. La denuncia, la apropiación, la búsqueda, el encuentro, la reconstrucción de la identidad y el afecto, el descubrimiento de una nueva vida y una nueva historia, el desafío de seguir viviendo, han estado presentes como condimentos de un trabajo constante y silencioso como el realizado por las Abuelas de Plaza de Mayo.
Aquí la adopción no es un ítem en un juego de pasiones imaginado por un guionista más o menos talentoso. Aquí la adopción desvirtuada e ilegal es el fin de una seguidilla de secuestro, tortura y muerte, en el ingenuo entendimiento que no solo el crimen no paga, si no que también permite la manipulación del derecho a la identidad, o la disputa entre el afecto de una familia cómplice y el dolor de los familiares de los padres N.N. Asimismo, y en ese catálogo de excepción y aberraciones, el sistema legal de adopción fue en todo caso una mera instancia administrativa más que el poder militar también violó y ejecutó para el cumplimiento de sus propósitos.
Tal huella, semejante marca, no es fácil de asumir, y hasta el día de hoy, cualquier relato serio que pretenda recrear la historia reciente del país debe hacer referencia al robo de bebés y su apropiación por parte de familias vinculadas a la dictadura, como el podio de la degradación a la que un régimen político puede llegar a acceder.
Seamos claros y entendámonos: ésta es una de las visiones que sobre el tema encontramos en los medios a la hora de describir la realidad. Esta es nuestra historia, esto es lo que flota: una historia trágica, real, muy real, difícilmente de superar. Desde el frío plano de la realidad, ésta es nuestra matriz.
El conflicto de siempre. En el plano de la ficción, en cambio, y volviendo a la recurrente necesidad que pareciera tener especialmente la televisión de mezclar en cualquier historia un hijo sin padres, o padres que nunca supieron el destino de sus hijos, o hermanos perdidos; mientras todos a su vez se sienten atraídos, presuntamente enamorados, y jugando al extremo con la dualidad y la concreción de un amor prohibido, configurando un caldo narrativo que cabalga sobre la confusión, algún que otro morbo, y aquella pretensión de tocar alguna cuerda que conecte como en un pinball con uno o varios ejes de los que todo relato que se precie de tal pueda tener.
En ese desordenado y exponencial contacto entre amor, identidad, trascendencia, destino y origen, los personajes de las telenovelas construyen su perfil y van interactuando con el resto: abrevando en la necesidad de responder desde uno mismo, consolidando las características que nos hagan ser alguien en este mundo. ¿Pero cómo se puede ser uno, si se han ocultado a los progenitores, si se vive una vida paralela, si se cree que el origen está en un lugar que no es real? Obviamente, aparecen aquí choques de intereses, antagonistas y pujas esenciales para mantener la tensión narrativa que se necesita en todo relato.
Cualquier estructura dramática se basa en la explicitación de un conflicto. Tal conflicto puede mantenerse en estado latente, pero en determinado momento debe producir la reacción de los personajes (ya sean protagonistas o no) y el desencadenamiento de acciones que terminen encauzando y definiendo una historia. Incluso, hasta existe una manera clásica de contar que tiene al conflicto en el medio del relato: presentación-nudo-desenlace. Pero, de cualquier forma que sea, de la intensidad de ese conflicto se derivará la profundidad de la historia, y por ende, su capacidad de representar mejor a aquel inconsciente que hace que todos los días, en algún momento, nos preguntemos qué será de nuestra vida, o que hubiera sido si..., o cómo nos gustaría que fuera.
En ese sentido, la temática de la adopción reúne todos los ingredientes de los que suelen nutrirse los discursos de ficción. Implica un conflicto en sí mismo, presupone interacción con otros bajo supuestos de identidad irreal, condiciona la manera de enfrentar la vida y las personas pues parte de la base de una historia generalmente negada, lo que constituye –como elemento narrativo- la conformación y mantenimiento de un “secreto”. Ello con la carga de misterio, intriga y posibilidades de desarrollo ficcional que surgen de un elemento que está dicho a medias, o no dicho, o que en cualquier momento se puede usar como desencadenante de un conflicto y como instancia y disparador del cambio de roles en los personajes. Yo dejo de ser yo, pues ahora conozco algo que no conocía. Ese secreto hace que el vínculo establecido deje de ser tal para pasar a otro plano pues mi esencia, es decir mi identidad, no es la que creía. Es otra, lo que implica otra historia, no sólo para mí, sino para mi entorno y otra manera de relacionarme, pues soy, básicamente otra persona.
Como se verá, la adopción y sus consecuencias son –repito, narrativamente hablando- un objeto de deseo para escritores y guionistas, lo que explica su índice de utilización, pues permite su aplicación y su desarrollo en diversos sentidos, incluso transversal, como soporte y homogenización de una historia y los conflictos que enfrenta. Ello orienta también sobre su recurrencia como recurso narrativo en casi todas las producciones del género. Obviamente, no estoy aquí abriendo juicios de valor sobre la manera en que se realiza esta utilización y mucho menos en los efectos que pudiera producir. Simplemente, estoy describiendo un fenómeno cotidiano, tal vez abusado y por ende cada vez menos impactante pues pierde en el ítem de la credibilidad. Cualquier historia, por más que sea de ficción debe introducirnos en un juego, casi de seducción, que nos permita creer en algún momento que eso que sucede allí en la pantalla, es real.
El verdadero problema es que esta reiteración del recurso fomenta no sólo los estereotipos culposos respectos al tema adopción, sino que hasta puede dificultar el trabajo de los técnicos y especialistas en la materia. Pues, también de alguna manera, está modificando la cultura, los presupuestos y el imaginario colectivo respecto del tema. Contra ello, simplemente hay que aprender a convivir, asumirlo como parte de nuestra realidad de trabajo y redoblar esfuerzos concientizando y debatiendo al respecto.
La condición humana. En definitiva, creo que los relatos de los medios en general, y los de las telenovelas en particular (reitero, estereotipados y caricaturizados) no hacen más que servir en bandeja (de plástico o de plata) un menú que ya figura en nuestras vidas, pues ofrece un catálogo de temores e intuiciones (también exacerbados) de los que parece no podemos desprendernos porque en ellos van rasgos inherentes de la condición humana. No está mal empezar a conocerlos para estudiarlos y ofrecer alternativas de superación. El desafío es cómo construimos una nueva cultura, con nuevos y mejores medios de comunicación y por ende, con contenidos más saludables, abordajes más serios y menos caricaturizados, basados tal vez en otros valores como la solidaridad y el respeto.
Pero tampoco me gustaría dejar de mencionar que los medios de comunicación no hacen más que cabalgar sobre nuestras mismas dudas existenciales. Tanto desde la ficción como desde la no ficción, nos recuerdan a diario que nadie está exento de ser noticia por su origen, y que así como hay gente que pasa años sin saber quién verdaderamente es, hay muchos otros que dejaron de ser quienes eran para ser otros. Cambiaron apellidos y formas de vida, tuvieron que enfrentar una vida distinta. Vivieron o viven, dos vidas en una, y esta sensación, asociada al clima que generan los discursos mediáticos, está en cualquier ser humano.
En definitiva, la vida como tal, sigue siendo material sensible, y sus resultados siempre suelen dejarnos insatisfechos. Somos finitos y también imperfectos y ya sea en la realidad o en la ficción, sólo aspiramos a la plenitud. A tener respuestas para las grandes preguntas, a querer convencernos que podemos seducir a la felicidad. Pero en ese sentido, y como todos los mortales, estamos huérfanos.