LA MATERNIDAD EN LAS MUJERES ADOPTANTES
Autor: Lic. Judit Fraidenray
Psicóloga del Equipo Interdisciplinario de Adopción
Juzgados de Familia de Mendoza
Este trabajo intenta ser un aporte a la comprensión de la maternidad adoptiva [1] , considerando a la misma como diferente respecto a la maternidad biológica. Diferente en tanto se construye desde un espacio corporal, mental y afectivo que le son propios.
Desde lo corporal, básicamente porque la mujer debe enfrentarse con la realidad de la esterilidad o la infertilidad según sea el caso, pero en ambos es a través del cuerpo que se protagoniza. Desde lo mental a partir de una serie de creencias que jerarquizan principalmente al instinto materno y a la biología como la vía regia para aprender a ser madres. Y desde lo afectivo porque las dos anteriores van impregnadas de una serie de sensaciones y emociones propias y particulares en donde el miedo, la culpa y la inseguridad muchas veces toman un protagonismo difícil de subsanar.
En una gran cantidad de casos, exceptuando muchas otras situaciones, las mujeres que llegan a una instancia avanzada del proceso de adopción han atravesado una serie importante de barreras y muchas veces obstáculos con el objetivo de tener un hijo.
Desde el comienzo de la búsqueda del hijo biológico hasta el encuentro con el hijo adoptivo se producen una serie de cambios, muchas veces estructurales, que modifican a la mujer y a su posicionamiento respecto a la maternidad en general y a su propia maternidad en particular.
Una de las situaciones más críticas que deben soportar estas mujeres es el encuentro con la esterilidad o infertilidad. Luego del impacto inicial, que generalmente ha venido siendo anunciado o presentido por los largos períodos de tratamientos médicos, es frecuente observar una especie de congelamiento o estancamiento en su afectividad y productividad, que puede durar varios años, donde toda su vida gira en torno a su vivencia de imposibilidad y limitación y a la búsqueda de un embarazo que puede tornarse una idea obsesiva.
Las vivencias de las mujeres son diferentes si se trata de su propia esterilidad o de la esterilidad de su compañero.
En el primer caso aparece la CULPA como sentimiento principal, la creencia de ser "castigada", la pregunta ¿por qué a mí? es frecuente y se acompañada de un sentimiento de injusticia, el sentimiento de minusvalía, sentirse fracasada como mujer y en relación a su pareja a quien no puede dar el hijo deseado, no responder a las expectativas de la familia, no cumplir con el mandato biológico-cultural de la procreación como destino femenino.
En el segundo caso, cuando el hombre es estéril, surge el reproche, el enojo y la recriminación, a la vez que sentimientos de culpa y vergüenza por los sentimientos anteriores. Haber elegido y amar a la pareja "equivocada" genera enormes sentimientos ambivalentes. En ambos casos la vivencia de defraudarse a sí misma, a la familia (no dejar descendencia, cortar la cadena biológica familiar) y a la sociedad se torna un peso a cargar por mucho tiempo.
También es diferente cuando la infertilidad no tiene causa orgánica aparente, donde la ilusión y esperanza de lograr un embarazo en cualquier momento se potencian, prolongando la incertidumbre y la búsqueda, con una exposición muchas veces brutal, a técnicas de procreación asistida.
Hay ideas generalizadas acerca de que sólo se puede alcanzar la plenitud a través de la maternidad y que no importan los sacrificios de todo tipo si se logra el hijo anhelado. En algunos ambientes se cultiva una especie de masoquismo maternal (una mujer es tanto más valiosa cuanto más sufrió para llegar a ser madre), instándola a que pruebe todo tipo de tratamientos y técnicas a costa de lo que sea; siendo el costo emocional, psicológico, relacional, económico, a veces excesivamente caro.
Esta sobrevaloración de la maternidad biológica, es fuente de conflictos en muchas mujeres estériles, ya que contribuye a aumentar la vivencia de ser una persona diferente, de escaso valor y hasta marginal. No tener hijos está relacionado con la soledad y en muchos casos la mujer puede llegar a aislarse socialmente. La sobrevaloración de la maternidad biológica contribuye a veces a demorar demasiado tiempo la decisión de adoptar, y en otros casos a obstaculizar el desarrollo femenino en otras áreas distintas a la maternidad.
Cuando prima la sobrevaloración de la biología lo que aparece en las mujeres de manera muy marcada es el deseo de gestar. Estar embarazadas, sentirse fusionadas con un bebé, ver cambiar su cuerpo y poder parir carne de su carne y sangre de su sangre sería la habilitación para poder luego ser madres. En estas mujeres el deseo narcisista prevalece por sobre cualquier otro deseo. El deseo de hijo es deseo de hijo de sus entrañas, igual a ella y fiel a ella.
El poder pasar del deseo de gestar, es decir del deseo narcisista, al deseo de maternar que es el deseo trascendente requiere inevitablemente que la mujer asuma, elabore y asimile su esterilidad/infertilidad y la aceptación de la propia herida narcisista. Aquello que no se puede, lo imposible e irrecuperable debe ser reconocido y aceptado como tal para dar lugar a lo posible.
Ahora bien, muchas veces puede confundirse la elaboración y asimilación de la esterilidad/infertilidad con una pseudoaceptación o especie de resignación que lleve a la mujer a negar imaginariamente su realidad y hacer “como si” fuera lo mismo. Es decir fantasear que el hijo adoptivo o futuro hijo adoptivo será vivido igual que si hubiera estado en su vientre, que no habrán diferencias, que lo querrá igual y llegando más lejos aún, que nadie sabrá o se dará cuenta que no es hijo biológico. Para esto conocemos sobradas situaciones de apropiación de niños a los cuales se les niega todo lo referido a su origen e historia, borrando en un instante y muchas veces para siempre aquello que le recuerde a los adultos su propia historia de imposibilidades.
Muchas mujeres buscan un hijo adoptivo a partir de una estricta necesidad de hijo, y “ [2] cuando se adopta por necesidad de hijo exclusivamente, esa criatura, al ser pensada, sentida, necesitada como algo-que-los-adultos-precisan, no construye su subjetividad como alguien, o sea no adviene a la posición de sujeto, ya que no es mirado como tal. La consulta muestra con frecuencia, a padres preocupados porque el hijo no "sale" como ellos esperaban y necesitaban; no han logrado reconocer en ese niño al sujeto que potencialmente es.
Es posible ejemplificar estas situaciones si exponemos un monólogo imaginario que podría sostener consigo misma una futura adoptante: "Yo necesito un hijo porque de lo contrario aparezco incompleta en comparación con otras mujeres".
Por el contrario, el deseo de hijo permitirá sintonizar los deseos del niño a medida que crezca y que se diferencie físicamente de ellos, al mismo tiempo que exprese anhelos que no coincidan con lo que los padres preferirían (ej. anhelo de compañía, de conocer su origen, etc.)”. Aquí el monólogo imaginario que podría sostener consigo misma una futura adoptante sería: "Tener como hijo a un chico que otra mujer pudo concebir y yo no, me permitiría crecer junto con él y acompañarlo inclusive cuando quiera conocer su origen". Aunque esta mujer necesite un hijo, su conciencia de sí (autoconciencia) privilegia el reconocimiento de: 1) Lo que ella no puede concebir), y 2) que ese hijo no será de su propiedad, algo destinado a plenificarla, sino un ser diferente cuya diferencia radical con ella se encuentra en que ella no estuvo en su origen.
Su desear un hijo adoptivo, que no es lo mismo que desear un hijo, coadyuvará a estructurarla como una mujer inscripta en el orden de las madres que están dispuestas a reconocer la autonomía del hijo y tienden a desligarlo de una obligación de gratitud hacia ella, para acompañarlo como sujeto de deseo.
Acerca de las dificultades para la función materna en la adopción
Muchas de las mujeres que no pueden engendrar presentan paralelamente temores y dudas respecto de su capacidad para criar y amar, es decir para maternar o ejercer la función materna. Su pensamiento discurre lineal: si no puedo engendrar-no puedo maternar. La asociación biología-amor tiene un anclaje cultural de gran peso.
La idealización del amor materno y del instinto materno, más la frustración por su limitación biológica se conjugan para dar forma al MIEDO, sentimiento primordial que subyace al vínculo de muchas de estas mujeres con sus hijos. Miedo a no poder maternar; miedo a no poder querer; miedo al niño que es sentido como un extraño porque no estuvo en sus entrañas; miedo al origen de ese niño; miedo al futuro con ese niño; miedo a la reacción del entorno; miedo a la discriminación. Miedo que paraliza y limita y que facilita la aparición de situaciones y vivencias, reales o fantaseadas que podrán dan lugar a la aparición de la profecía autocumplida.
La maternidad adoptiva conlleva un proceso inverso respecto a la maternidad biológica, que a su vez lo torna más complejo. La maternidad adoptiva es un proceso que va primeramente desde afuera, para luego ir hacia adentro y hacia afuera nuevamente. La mujer se encuentra con un niño separado de ella, al que suele vivenciar como extraño y ajeno, del que desconoce su origen (como y por quienes fue fecundado y gestado), no hay un reconocimiento corporal ni una identificación cognitiva/afectiva, "son diferentes". A ese niño/extraño deberá con el tiempo, hacerlo propio, internalizarlo, entrar en un grado de intimidad que permita la fusión emocional con él, para luego nuevamente separarse y permitir la diferenciación individual.
Este camino que deben recorrer mujer-niño para constituirse en madre-hijo, nunca resulta fácil ni simple. Los miedos, los prejuicios, los fantasmas propios y ajenos, las vivencias traumáticas vividas por ambos, forman una coraza afectiva y en muchos casos una rigidez a nivel del pensamiento, dificultando muchas veces la expresión afectiva, la empatía, la aceptación del otro como diferente, la posibilidad de ser creativos ante lo nuevo que propone la relación.
Siguiendo a Jorge Barudy [3] “nunca está de más insistir en que las competencias de una madre o un padre no están aseguradas por sus capacidades de procrear. La existencia de competencias parentales depende de sus historias de vida y de las condiciones en que les toca cumplir su función”.
Para Barudy la parentalidad social corresponde a la capacidad práctica de una madre o un padre para atender las necesidades de sus hijos. No sólo se trata de nutrirles o cuidarles, sino también de brindarles protección y la educación necesarias para que se desarrollen como personas sanas, buenas y solidarias. Cuando las madres y los padres tienen estas capacidades están en condiciones de ofrecer a sus hijos lo que el llama “una parentalidad sana, competente y bientratante”.
La función parental tiene 3 finalidades fundamentales: nutriente, socializadora y educativa.
- La función nutriente: proporciona los aportes necesarios para asegurar la vida y el crecimiento de los hijos.
- La función socializadora: se refiere al hecho de que los padres y las madres son fuente fundamentales que permiten a sus hijos el desarrollo de un autoconcepto de identidad.
- La función educativa: garantiza el aprendizaje de los modelos de conducta necesarios para que los hijos sean capaces de convivir, primero en familia y luego en sociedad, respetándose a sí mismos y a los demás.
Para las mujeres adoptantes resulta fácil cumplir la función nutriente, no dudan ni temen cuando se trata de sostener la biología de los hijos, se han preparado para ello y lo que no pudieron hacer en su cuerpo (generar y sostener una vida) lo logran a través de los hijos.
Sin embargo las dificultades suelen aparecer en las funciones socializadora y educativa, ya que muchas veces estas madres dudan de sí mismas y de su lugar frente al niño, no confían en su capacidad para ser fuente de aprendizajes del niño.
Una madre biológica puede ser mejor o peor madre, buena o mala madre, pero nadie duda de su maternidad y mucho menos ella, quien se afianza en cada acción por el solo hecho de “ser la madre”; mientras que en muchas mujeres adoptantes aparece una madre que se desdibuja como tal, que no sabe si es o no es. Frases como “madre verdadera” (madre falsa), “madre natural” (madre artificial) suelen escucharse en los discursos de estas mujeres.
La inseguridad de estas mujeres la lleva a tener formas de relación que no facilitan la formación de un autoconcepto de su identidad, ni el aprendizaje para vivir en sociedad respetándose a sí mismos y a los demás. Algunas de las modalidades de vinculación más frecuente son:
- sobreprotección;
- distancia afectiva;
- ambivalencia;
- seguridad – inseguridad alternados;
- aceptación - rechazo alternados;
- cercanía – alejamiento.
Ninguna de estas modalidades se dan en forma permanente ni de manera exclusiva, pero si tienden a aparecer con una alta frecuencia en familias adoptivas cuyas madres presentan las dificultades mencionadas para ejercer la función materna.
Se puede pensar que la desmitificación de la maternidad biológica como la única generadora de la sabiduría maternal, conjuntamente con una rejerarquización del instinto materno dentro de una humanidad atravesada por la cultura, permitiría poder trasladar esa sabiduría a la mujer en su rol social de protectora y cuidadora de la vida como característica femenina inherente,
A modo de ejemplo voy a presentar en forma breve el caso de Ana.
Ana es una mujer de 38 años, fértil, casada con un hombre que padece azoospermia. Luego de 3 años de tratamientos médicos en el país y en el extranjero se inscriben para adoptar. Luego de algunos años de espera a Rocío a los 2 días de nacida a través de un juzgado. Inmediatamente de recibida Rocío, se inscriben para adoptar un segundo hijo.
Durante 4 años Ana se dedica a criar a su hija adoptiva, cumpliendo con la función materna aparentemente sin mayores dificultades.
Luego de poco más de 3 años de reinscriptos en el RUA, ingresan al E.I.A. para la etapa evaluativa. Durante las evaluaciones psicológicas se detecta que Ana desea con renovadas fuerzas quedar embarazada por lo que han iniciado nuevas consultas médicas. Ana expresa que está en el límite de su edad por el envejecimiento de los óvulos y que si no intenta un embarazo ahora, luego será tarde. Ambos expresan que les falta "algo", hacer algo más.
Ana se angustia mucho ante la perspectiva de no lograr embarazarse y traslada esa angustia cuando piensa que debe decirle a su hija que es adoptada.
Ana siente que la gente la "mira" diferente al notar que su hija es distinta que ella. Así también siente que la gente "cambia de actitud" cuando se enteran de la adopción y ella no quiere que la discriminen (muestra una tendencia a la proyección de tipo persecutoria).
Ana verbaliza que a ella le cuestan mucho las pérdidas y los duelos (en relación a su familia y afectos), dificultad que aparece claramente en su no poder elaborar el duelo por la infertilidad de la pareja.
Durante estos años han estado criando a Rocío. La modalidad preponderante es de seguridad-inseguridad alternados por lo que la niña se muestra independiente en algunos aspectos pero muy dependiente emocionalmente y apegada a la madre. Ana cree que la nena rechaza al padre, sensación no compartida por éste quien se siente confiado y seguro en su rol paterno.
Si bien Rocío tiene poco más de 4 años aún no han hablado acerca de su origen y de la adopción con ella. Tampoco han transmitido en la escuela que constituyen una familia adoptiva, situación que ha generado algunas confusiones ya que Rocío expresó que su mamá estaba embarazada. Ana lo resolvió diciendo que no estaba embarazada pero que si estaban buscando otro hijo. No se le aclaro la situación a la niña.
A Ana le cuesta aceptar que Rocío no ha estado en su vientre, no puede abordar la situación de adopción, así también le cuesta aceptar que Rocío es diferente a ella y mantiene con la niña un excesivo apego, intentando fusionarse con ella para hacer de cuenta que ambas son la misma y de esta manera negar el origen biológico. Si son iguales no pueden tener diferente origen. Ana no le facilita a la niña que desarrolle un autoconcepto de su identidad.
La dificultad de Ana para aceptar al otro (hija) como diferente y con otro origen, también se presentifica en la pretensión para el próximo hijo: Ana desea una nena, de recién nacida y hasta un mes, similar a ella, sana. De esta manera puede hacer "como si" fuera lo más parecido posible a un hijo biológico.
[1] Nota: No considero en este trabajo a los padres, ya que ellos merecen una profundización y análisis propio.
[2] Eva Giberti; Las éticas en la adopción
[3] Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan; Los buenos tratos a la infancia. Parentalidad, apego y resiliencia.