¿Qué ves cuando me ves?

Gonzalo Valdés – Licenciado en Trabajo Social

Integrante del Equipo Interdisciplinario de Adopción

IV Jornadas Regionales Interdisciplinarias de Adopción

Setiembre 2006

“Para el adulto es un escándalo

que el ser humano en estado de infancia

sea su igual”

Francoise Dolto

            Pensar el lugar de los niños, pensar desde el lugar de los niños, es pensar a los niños. Pero resulta difícil pensar a los niños, sin considerar a los adultos que los rodean, a quienes los chicos están ineludiblemente atados.

            “El lugar de los niños” en la adopción, tiene muchas lecturas, muchas variables, muchos debates; por lo que mi reflexión se va a circunscribir a los niños que jurídicamente ya se encuentran en estado de adoptabilidad, y delimitando aún más el enfoque, a algunos de los mecanismos que entiendo que se ponen en juego al momento del accionar jurídico (integración a una familia adoptante), fruto de la intervención de técnicos con distintos grados de responsabilidad social (jueces, asesores de menores, trabajadores sociales, psicólogos, médicos). Este no es un momento cualquiera, es un momento bisagra, de quiebre, en donde la historia de un niño cambia de dirección

            A esta situación se llega luego de un proceso en el que intervienen muchos actores (progenitora, familia adoptante, los técnicos mencionados previamente, miembros de la comunidad, etc.) que dicen, opinan, sugieren y disponen; pero el único que no puede decir, es el niñ@. Y si su voz fuera escuchada por tener una edad en la que consigue expresar algunas cosas, parece tener una sordina que la hace imperceptible.

            ¿Qué pasa en este momento en el que hay que decidir respecto del destino de un niñ@?, ¿a quién miramos?, ¿qué se privilegia?, ¿a quien se prioriza?, las sugerencias y decisiones, ¿a quién benefician?.

            Si tuviera que escuchar las respuestas a estas preguntas, no tengo dudas en que se dirá (teóricamente) que se mira al niñ@, que se privilegia al niñ@, que se prioriza al niñ@ y que se buscan los beneficios del niñ@. Sin embargo, ¿qué muestran nuestras prácticas?;  cuando miramos a los niñ@s, ¿qué vemos?

            Si Virginia, David, Luna, Gastón, Julián, Daniela, Sol, Leandro, Ezequiel, Milagros y otros niñ@s nos miraran fijo a los ojos, a la misma altura, bien podrían preguntarnos: “y ¿qué ves cuando me ves?”....

            El discurso actual valora de nuestra época el privilegio de haber concedido a los niñ@s, el lugar central con respecto a los siglos precedentes. Se dice “por fin empezamos a dar al niño el lugar que le corresponde; empezamos a respetar sus derechos, empezamos a abrirle espacio...” sin advertir que, finalmente, se lo traslada de un sitio a otro como un paquete, con nuevas modalidades que responden a viejas prácticas.

            “No por tapizarse las paredes de la ciudad con imágenes de bebés, la causa de los niños avanza seriamente”, dice Francoise Dolto[1].

            Sin embargo, no podemos decir que no ha habido cambios. En principio, se les reconoce la existencia; cosa que no es poco, a la luz de la historia de las infancias en las sociedades urbanas desde los Siglos XV a XIX.

            Pero a pesar de todos los avances tecnológicos y civilizatorios, aun hoy es difícil reconocerles un lugar propio, escucharlos y saber sus necesidades. Son muchos años que han estado silenciados, y actualmente irrumpen en el mundo de los adultos en esta movida posmodernista del reconocimiento de los derechos individuales.       

            Irrumpen, se incorporan, pero todavía,  bajo la asfixiante actitud que subraya mucho más su inmadurez que sus potencialidades. Dice Doltó: “La sociedad adulta tiene dificultad para indagar en la realidad intrínseca de la infancia sin recurrir a un criterio de orden económico, al rendimiento, a la rentabilidad. El niño es el futuro hombre al que hay que formar y armar para que sea productivo”[2]. Y redobla la apuesta cuando pregunta: “¿Por qué parece subversivo decir que los padres no tienen ningún derecho sobre sus hijos?. En cuanto a ellos respecta, tienen sólo deberes, mientras que sus hijos no tienen frente a ellos más que derechos.... ¿Por qué parece subversivo decir que todo adulto debe acoger a todo ser humano desde que nace, como a él mismo le gustaría ser acogido, y no como él mismo fue o cree haber sido tratado en su infancia?”[3]

            Generalmente, en los tiempos de cambios sociales, los movimientos se producen entre las personas y luego, después de debates, marchas y contramarchas, las leyes se enuncian para su hipotético cumplimiento como ordenadoras y reveladoras del pacto social.

            De acuerdo a cuán comprometida vivencialmente esté una sociedad con una práctica social innovadora, entonces la efectivización de los cambios se harán en más o menos tiempo (divorcio, por ej.).

            Sin embargo, se encuentra tan enraizada en nuestra cultura la ubicación de los niños en un lugar subsidiario de los adultos, niños como satisfactores o problematizadores de los adultos, niños como objetos ubicables de acuerdo a la necesidad o lo que quieren los adultos, que los cambios que ha habido en la letra de las nuevas leyes, son hoy, todavía, un discurso vacío sin una práctica relacionada.

            En la vida cotidiana, en nuestra subjetividad,  se encuentra naturalizada la idea del “adultocentrismo”. Los niños son población cautiva de los adultos, quienes los viven, muchas veces como apéndices de sí mismo, como proyección de sí mismo, como esperanza reparadora de sí mismo, como competencia de sí mismo, en fin, los niños son mirados desde el narcisismo de los adultos.

            ¿Acaso no impactan sobre nosotros las palabras de Serrat?, cuando escribe:

            “A menudo los hijos se nos parecen........ y así nos dan la primera satisfacción. Esos que se menean con nuestros gestos, echando mano a cuanto hay a su alrededor. Esos locos bajitos que se incorporan..... y a los que por su bien, hay que domesticar.”

            “Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma, con nuestros rencores y nuestro porvenir. Por eso nos parece que son de goma, y que les basta nuestros cuentos para dormir. Nos empeñamos en dirigir sus vidas, sin saber el oficio y sin vocación. Les vamos transmitiendo nuestras frustraciones con la leche templada y en cada canción.”

            Ahora bien, con estas dificultades que tenemos los adultos para reconocer a los niñ@s como sujetos de derecho, como individuos que transitan una etapa vital llamada infancia, y que deben estar en igualdad de condiciones respecto a los otros integrantes de la sociedad, es que tomamos decisiones respecto a su destino. Y principalmente, sobre los niños en estado de adoptabilidad.

            Creo que sería muy saludable que pudiéramos ver y reconocer respecto a los niños, que existe una profunda desigualdad en las relaciones entre los adultos y los niñ@s; que mientras se sostenga la visión de la “niñez desprotegida” se estará sosteniendo la asimetría que fundamenta el poder del que protege (adulto), sobre la supuesta incapacidad del protegido (el niñ@).

            Es cierto que los niñ@s, son personas en desarrollo, sin autonomía funcional, pero al decir de Dolto, ese es uno de los motivos fundamentales por los cuales al tomar una decisión acerca de su devenir hay que cambiar los términos de la ecuación, y pensar no sólo en ese niñ@ aquí y ahora, sino también en su necesidad de recibir lo necesario para resguardar el derecho a construir su identidad desde el origen hasta su emancipación.

            En el caso de los niñ@s en estado de adoptabilidad, es imprescindible que los técnicos que trabajamos con los adultos (biológicos y/o adoptantes) y con los niñ@s PRIORICEMOS LAS NECESIDADES DE LOS CHICOS, de que no podemos quedarnos sólo con lo manifiesto, con lo que se evidencia ante nuestros ojos. La evidencia, como apariencia, engaña.

            Muchas veces se cree que los mejores padres son los que tienen más dinero y más espacio en su casa. Cuando no es sólo esto lo que cuenta para un niño, sino la tolerancia que se tenga con sus dificultades para adaptarse a la vida, y el amor que se le dé para ayudarlo a tomar conciencia de ellas. La seguridad material está mucho después que la seguridad afectiva.

            Priorizar las necesidades de los chicos, en un mundo naturalmente adultizado, no es tarea fácil. Es un ejercicio conciente, sistemático, repetido, porque cuando nos descuidamos, nos encontramos nuevamente pensando la situación desde la necesidad de los adultos.

            En nuestra tarea diaria en el E.I.A., y a lo largo de 10 años de trabajar en la temática, tenemos que hacer permanentemente este esfuerzo de romper con la naturalización de pensar desde el adultocentrismo y considerar las necesidades y particularidades de los chicos. Y creemos que a veces lo logramos. Pero también hemos visto que cuando lo logramos, cuando trabajamos una situación, la pensamos y reflexionamos disciplinaria e interdisciplinariamente priorizando a los niñ@s, nos transformamos en un estorbo para el sistema, porque cuestionamos, problematizamos y no nos quedamos con lo que se ve a corto plazo.

            Así por ejemplo en los casos de niñ@s recién nacidos, cuando se presentan los adultos a los Juzgados de Familia con una renuncia directa de un niñ@ por nacer o recién nacido, y la decisión se toma “...porque me parecieron muy buenos, se los ve muy bien”, o se toma ...“porque la progenitora se los quiere dar a ellos y si no es así no se lo da a nadie y tiene derecho a elegir”, porque ...“y bueh, ya lo tienen al chico desde hace un tiempo, que se le va a hacer”, etc., etc.,  y no se ha abordado la situación de la familia de origen; y no se ha trabajado con esa pareja que quiere quedarse con el niño, a fin de considerar su capacidad para sostener una paternidad adoptiva saludable y sustentable; en estos casos aunque el discurso diga otra cosa, se está priorizando el lugar de los adultos. 

            También cuando una pareja se presenta a decir que quiere ser familia cuidadora, se les entrega dos niños para el cuidado, a los pocos meses se declara el estado de adoptabilidad y esta pareja pide la adopción porque se han “encariñado”, porque si se los sacan los chicos van a sufrir hasta lo indecible, porque se los ve muy bien en la casa, porque ya les dicen ‘papá y mamá’, etc. etc., aunque el discurso diga otra cosa, se está priorizando el lugar de los adultos.

            O, cuando una pareja ha recibido una niña de 2 años directamente de la progenitora, y se presentan al Juzgado a solicitar la guarda preadoptiva, y cuando van al Tribunal les preguntan si se harían cargo de otros dos hermanos biológicos un poquito más grandes, y se van los cinco sin más que un próximo diagnóstico socio ambiental a realizarse, aunque el discurso diga otra cosa, se está priorizando el lugar de los adultos.

            Cuando una pareja se trae de una zona rural, una niña de 7 años, que luego de un tiempo dice que quiere ver a su “mama” (refiriéndose a la madre biológica) que cuando se le pide que dibuje a su familia, hace la familia biológica; que la progenitora dice que creía iba a poder verla, y que la pareja pide al Juzgado una y otra vez la adopción plena, y se asiente. Aunque el discurso diga otra cosa, se está priorizando el lugar de los adultos.

                        Cuando una pareja va a iniciar un régimen de visitas para integrar a una niña de 1 año y medio que lleva más de un año institucionalizada, y desde el Juzgado la orden es “si le tira los brazos, que se la lleven a su casa”, aunque el discurso diga otra cosa, se está priorizando el lugar de los adultos.

            Cuando una pareja se pone en contacto con una mujer embarazada y arreglan que luego del parto le daría la criatura, y se asesoran con un abogado especialista en familia, y lo primero que le sugiere es la posibilidad de un certificado de nacido vivo falso, y la pareja lo rechaza; que vayan al Registro Civil con dos testigos y digan que es hijo de la pareja con parto domiciliario, y la pareja lo rechaza; después, que el hombre lo reconozca como hijo extramatrimonial y que luego lo adopte la mujer, y la pareja lo rechaza; y por último que cuando la progenitora salga del Hospital le entregue la criatura y que se la queden durante un año antes de presentarse al Juzgado, y eso es lo que intentó hacer la pareja; por más que el discurso diga otra cosa, se está priorizando el lugar de los adultos.

            Por último, quiero graficar algunas de las consecuencias que puede traer en los niñ@s, y luego adolescentes, que los trámites sean formalmente correctos, pero que toda la intervención esté fundada en la priorización de las necesidades de los adultos.

Roberto, Julia y Zacarías

            Roberto y Julia no pudieron tener hijos biológicos. Roberto tenía oligosperma, aunque nunca completó los estudios médicos que decían que había una alta probabilidad de fecundación in vitro.

            Julia nunca le “reprochó” que no hubiera continuado con los estudios médicos, para no herir su masculinidad, aunque ella sentía que “quería sentirse madre en todo el sentido de la palabra” (gestar).

            Mientras persistía en ella la fantasía de un embarazo y “un hijo propio” una prima de Roberto les hace el contacto con Luisa, una chica de 19 años de otra provincia, que vino a Mendoza ocultando su embarazo. En principio con Luisa se conectaron Roberto y la prima. Por otro lado, consultaron con un abogado respecto a qué trámites tenían que hacer para la adopción legal, y llevaron a Luisa a controles médicos periódicos, conociendo el obstetra la situación y le pagaban una pensión.

            Luisa empieza con contracciones; van todos al hospital, pero faltaba para el parto, por lo que Roberto y Julia, trasladan a Luisa a su departamento. Julia controlaba las contracciones y hablaba bastante con Luisa. Un par de días después vuelven al hospital y se produce el parto: nació Zacarías.

            Cuando Julia ingresa a la habitación en donde estaban Luisa y el bebé, la progenitora le dijo que creía que iba a ser mogólico, y Julia al verlo pensó “Dios mío, qué feo que es, y ahora que hago?”.

            Desde que salió del hospital con Zacarías, Julia tenía miedo porque sentía que lo que hacía no era legal. “Me sentía como un ave rapaz que había agarrado una presa”. A los pocos días se presentaron Roberto, Julia, Luisa, Zacarías y el abogado al Juzgado Civil; se completó la documentación formal; al par de semanas fue a la casa una Asistente Social, y  pasada la guarda preadoptiva, se resolvió la adopción plena. No ha habido un relato integrado sobre su origen; una vez le dijeron que era adoptado y después no se habló más del tema.

            Hoy, 13 años después, Zacarías tiene problemas de conducta, problemas en la escuela, ha habido episodios de agresión verbal entre Julia y Zacarías; “vivo angustiada, me siento frustrada como madre. He puesto mucho en él y no tengo respuesta. No responde a las pautas que se le dan”.

            Julia dice “pienso que la estructura de Zacarías es así, por el rechazo que tuvo en el seno materno”.

            ¿Quién pensó en Zacarías?, porque pensar en Zacarías no significaba ver solamente si el niño iba a estar cuidado con esta pareja. ¿Quién pensó en las necesidades que tendría Zacarías como hijo adoptivo?, ¿quién pensó en la necesidad que tendría Zacarías de tener padres preparados para hacerse cargo de las particularidades de la paternidad adoptiva?,. ¿quién pensó en la necesidad de Zacarías de integrar una familia adoptiva, en donde hubiera un reconocimiento saludable del tipo de configuración familiar?, ¿a quién le reclama hoy Zacarías las sensaciones y vivencias que tiene y que no sabe que son?

            Quiero cerrar refiriéndome a un concepto de Bachelard que nos puede ayudar. El habla de que existen “obstáculos epistemológicos” para el conocimiento, que están en la mente del investigador, y que reaparecen constantemente en el quehacer científico. Por eso, Bachelard considera que hay una forma de control de los obstáculos, que viene dada por una constante VIGILANCIA que deberá ejercer el mismo científico de manera tal de estar alerta frente a estos obstáculos.

            Parafraseando esta idea de cómo superar los obstáculos adultocentristas a los que nos vemos enfrentados todos y cada uno, todo el tiempo, propongo que si podemos reconocer la existencia de esta problemática, trabajemos en mantener una permanente VIGILANCIA frente a cada caso con el que nos encontremos, haciendo el ejercicio de pensar a los niñ@s como sujetos de derechos en el presente, y que cada decisión que se tome sobre los adultos que estarán con ellos, debe afianzarles el derecho a una identidad saludable.  

            Como dice la Dra. Dolto: “Invirtamos los términos, en nuestra conversación lo que importa es el niño, no los padres”.



[1] DOLTO, Francoise. “La causa de los niños”. Edit. Paidós. 2004

[2] Ibidem, pág. 131

[3] Ibidem, pág.134